¿Y usted, qué pretende?
Por Roque Iturralde
Alguna vez, en esas conversaciones cálidas y, a veces, absurdas, que tenemos con los amigos, se planteó la pregunta ¿Y qué pretende un escritor de cuentos, cuando los escribe? ¿Para qué lo hace?
Sospecho que, en la pregunta, había una camuflada intención de decirme, haces algo que no es productivo, que no logra nada, que no es rentable, que ocupa tiempo.
Pues bien, hecha la pregunta ensayo mi respuesta: El contador de historias (escritor de cuentos, por ejemplo) lo hace para conseguir una reacción en quien lo lee o le oye contarlas. Porque algo pasa con el que lee.
Por ejemplo: se le dibuja una sonrisa con un final que le ha tomado del pelo.
O se le levanta una ceja, ligera, imperceptiblemente, cuando la historia ha llegado con un viento de asombro.
O se le mueve entre las tripas algo, que no sabe qué es, como un vacío dicen, como un retortijón, cuando la historia tocó el dolor, la vergüenza o el miedo.
O una ráfaga de ira, o de rebeldía, le sacude (aunque sea levemente) cuando descubre en el texto la violencia, o la injusticia, o la miseria.
Hay contadores de historias que logran provocar una delicada taquicardia en los momentos más altos de su narración.
Hay incluso, atrevidos y abusivos contadores, que han provocado más de una lágrima en sus lectores. En ocasiones, incluso, el lector-oyente de la historia, se queda con una sensación de incomprensión, de rechazo al propio autor; por absurdo, por aburrido, por críptico, por lo que fuera.
Otras veces, un texto se queda como en el paladar (alma-corazón-mente), largamente, dejando un sabor que retorna de vez en cuando, que activa la memoria cualquier rato, que se convierte en una frase, dicha desde adentro, sin haberla ensayado.
Para eso escribe o cuenta una historia un narrador. Para jugar con las emociones de su público. Saberse (o sentirse), ¡oh pretensioso!, por un momento el poderoso manipulador de ese mundo interior que deja un resquicio, para que el narrador entre por un instante, con todas sus intenciones.
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