Por Roque Iturralde
Sabemos que el mundo es redondo porque así lo aprendimos en la escuela. Porque Cristóbal Colón tuvo la ocurrencia de viajar a oriente enfilando sus barcos hacia occidente. Porque las imágenes que nos envían los satélites y las estaciones espaciales así nos dejan ver.
Pero, ¿es posible que algo que ya es redondo, se vuelva más redondo?
Parece un absurdo, pero no lo es.
La música tiene una capacidad especial, al igual que la literatura o la pintura, de abrir ventanas que, de modo instantáneo y temporal, nos permiten el paso a espacios en los cuales escapar del mundo, de la cotidianidad, del aquí y el ahora. Y nos invita a entrar en esos espacios, sin importar dónde la escuches, en el corazón equinoccial del planeta o en los extremos helados de los polos o, incluso, en los más desconocidos parajes del mundo.
Si hoy pudiéramos tocar una melodía que resonara simultáneamente en cualquier lugar del planeta (y de hecho ahora lo podemos hacer), comprobaríamos que lanzado un acorde hacia occidente, o hacia el sur, nos volverá a tocar y a emocionar con su resonancia llegada desde el norte o el oriente.
Es que las naves en que la música viaja, hinchan sus velas en el mundo interior de las personas y se dejan empujar por los vientos de sus personales emociones, angustias, ilusiones, utopías.
No importa si se trata de una obra de Mozart para orquesta, del orientalísimo sonido de un Erhu chino y sus dos cuerdas, de la percusión frenética de un Sonsorné (danza guerrera de Guinea) o de un éxito del rock metálico; la música siempre será capaz de provocar sensaciones que van más allá de nuestra voluntad. Porque está hecha para romper las barreras de la razón y del pensamiento y conectarse, directamente, con eso que podría decirse el alma.
Nos gusta o no. Nos provoca placer o desagrado. Nos acaricia o nos agrede. En el peor de los casos, nos deja indiferentes.
Desde y hacia los cuatro puntos cardinales, la música se crea y se expande; nos ofrece un ámbito en el cual transitar entre el asombro y el confort y, aunque poco nos demos cuenta de ello, nos hace cada vez mejores, más humanos, más armónicos.
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